martes, febrero 26, 2008

Conocer el pasado, prever el futuro ¿Acaso importa?

Esta cultura de la globalización no contribuye a una mayor coherencia de las ideas, pero sí a una mayor riqueza en la diversidad. Gracias a tantos modos de comunicarnos podemos comprobar la coexistencia de una gran variedad de teorías, visiones y opiniones compatibles o contradictorias. Todas parecen convivir (de hecho, conviven) sin generar graves problemas, pero al rozarse pueden producir fuertes choques. Los debates políticos, como el de Rajoy y Zapatero, son sólo un ejemplo de la dureza cortés con la que pueden surgir estos enfrentamientos entre visiones distintas de lo que hay y lo que se avecina. Si esto es así de conflictivo cuando se habla de datos y previsiones de 4 años antes o después ¿qué nos podemos esperar cuando se confrontan ideas sobre el cambio climático del futuro o sobre lo que pasó hace miles de años ?

Pues si a los humanos nos distingue la capacidad de prever y proyectar el futuro, no podemos sentirnos muy seguros de cómo la estamos desarrollando. Cada cual puede hacer previsiones, pero sólo puede apostar por el futuro incierto que nos aguarda. Como Popper señaló, el universo está abierto. Por más que conozcamos el pasado y nos proyectemos hacia el futuro, sólo podemos sugerir posibilidades y calcular probabilidades. Después, cuando nuestras predicciones funcionan, es fácil decir que "ya lo habíamos dicho". Porque en el fondo, por más seguros que creamos estar, nosotros seremos los primeros sorprendidos.


Por lo que vemos de su comportamiento, nada indica que exista en el repertorio de instintos del reino animal algo parecido a nuestra capacidad de prever y proyectar. Al menos a nivel neurológico, el sistema nervioso animal más desarrollado puede ser muy complejo, pero es fundamentalmente un sistema de respuesta a estímulos. Ningún conejo se motiva para cambiar sus acciones ni es capaz de salir de su rutina.

Sin embargo, los conejos tienen un repertorio de respuesta del sistema inmunológico mucho más rico y variado que el de los humanos. La riqueza, complejidad y variedad de su dotación inmunitaria es tan asombrosa, como W. van der Loo ha demostrado, que puede abarcar un espectro mucho mayor que el de cualquier otro organismo.
Algo muy importante significa el sistema inmunitario: como demostraron Maturana y Varela, es un sistema cognitivo (al mismo nivel que el sistema nervioso) y es el depositario bioquímico de la identidad. Somos distintos gracias a él, y es quien nos diferencia de los demás organismos más parecidos a nosotros, incluso de nuestros hermanos.

Por lo visto, el sistema inmunitario de algunos animales es mucho más abarcante, complejo, variado y flexible y tiene capacidades cognitivas muy superiores a las de los humanos; no sólo superiores en grados, sino cualitativamente superiores.

En estos tiempos en los que vemos aparecer en los humanos enfermedades autoinmunes, no está de más reflexionar sobre lo que el sistema inmunitario puede representar como correlato bioquímico de los conflictos que coexisten en nuestro ajetreado y (sub)consciente sistema cognitivo neuronal.